17.3.09

Dos horas en el cielo


No era la primera vez que subía a un avión, pero nunca lo había hecho sola. No es que le importara, pero el silencio y la espera en las "international arrivals" le inquietaban un poco; igual por eso le llevó más tiempo de la cuenta encontrar a su compañera de viaje y la estación de trenes del sur.

Dos horas después de preguntas y ruegos estábamos montadas en el convoy que nos llevaría a no sé que pueblo con un nombre similar al de una marca de tabaco. Bajamos casualmente en el andén correcto y tras recogernos nos dirigimos a su casa. Avanzamos por calles aparentemente fantasmas, aunque bien entrada la noche me di cuenta de que todos estaban en un pub llamado La Havana; un local cilíndrico, desgastado, en el que los que parecían ser de tu especie bailaban sin camiseta la gasolina cuales gogó de barra. Un taxi de 8 plazas y 27 unidades monetarias más tarde estábamos cruzando un muelle para pasar a pagar y acabar esuchando drum and bass acompañados de unos 4 mataos más. Otro taxi, esta vez 5 plazas y 27 unidades monetarias más tarde volviamos a su casa, esta vez llena de gente cuyos nombres no recordaba y no conseguía aprenderme, aún así todo fue sobre ruedas.

Después de percibir la claridad, y de recordar el asunto de las persianas fuera de casa, salimos en busca de la gran eme, tras reconfortarnos por ella nos pasamos por un bar algo verde y poco frecuentado. Volvimos a su casa, con un amago de cultirizarnos e inmortalizarnos por el camino; cross, catedral, medio avión, campo de rugby, salas de ensayo... Esa noche sólo derramé una cerveza, no hace falta que entre en detalles.

Habíamos solucionado la luz de la mañana por fin, bajé la escalera para conocer nuevas noticias desde mi casa, no eran malas, ni buenas, pero cuando no estás es cuando ocurren. Hablaban de cocinar en el jardín, hacía sol, no calentaba pero alli estaban todos en manga corta; finalmente acabamos tomando el tren hacia la costa para evitar al Lorenzo y meternos en el abrigo. Ese lugar era diferente al de su casa, era grande y rebosaba de gente; casi no podías caminar y contemplarlo a la vez, pero te envolvía, era diferente a casa. Compramos, comimos, inmortalizamos y pasamos a la playa; llena de piedras, frías y borrachas, entramos en un bar. Alli fuimos del baño a la smoking area buscando algo sin pausa, cuatro horas después abandonamos el local sin nada entre las manos. Hicimos una cola digna de carnicería y después de matar el tiempo sentadas en un escalón subimos la ladera para bajarla enseguida. La vuelta a su casa no fue tan apacible como la ida, pero al dormirme sentí que todo aquello había merecido la pena, pese a que se me había inchado la vena del cuello más que nunca.

Aquel fue el último despertar en su casa, tres horas después de habernos metido en la cama bajábamos la escalera para marcharnos; la dejamos dormida en el sofá, le dimos las gracias y no le dimos motivos para que se preocupase, sabíamos llegar. Al cruzar el umbral de la puerta deseé más que nunca que volviera pronto a casa. La locomotora no tardó en llegar y desde ella vi como el campo se perdía en el horizonte para dar la bienvenida a fábricas del siglo XIV, barrios obreros, centros de negocios donde cada edificio era una obra de arte contemporáneo y al final el túnel que nos llevaría al centro de la ciudad. De paso a nuestro último destino paramos a comer; cosa que no fue muy agradable gracias a la cantidad de ratas voladoras: Husmeaban la mesa contigua, sobrevolaban nuestras cabezas y se posaban en nuestro equipaje. Tomamos la línea amarilla, que los domingos estaba cerrada, casualmente era domingo... Así que una parada en balde después tomamos la línea verde. Un cigarro fue lo que tardó en aparecer, la abracé, le había echado de menos. No dejamos de hablar hasta acabar perdiendo la batalla contra el sueño.

Alli la luz no era tan molesta, nos despertamos para reocorrer en lo que dura un café y una cookie uno de los mercados más polifacéticos del mundo; allí adquirí las ilustraciones que más deseaba del mundo. Un par de discos a mitad de precio y empezamos la carrera hacia el aeropuerto, con el tiempo justo y un post-it de despedida le dijimos hasta luego y se lo agradecimos eternamente; sabía que la volvería a ver en un mes y que las cosas nunca más cambiarían. Todo el vuelo lo pasé durmiendo para evitar el bullicio.